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LOS ABUELOS

Joaquín y Ana se abrazaron en la puerta Dorada de Jerusalén. Hoy podemos ver el mismo cuadro del Giotto en la puerta de cualquier hospital. Una vez visualizada la imagen, voy a hablar de esta importante efeméride.

Me hace gracia cuando escucho que, en la actualidad, los abuelos son muy importantes porque sus pensiones se han convertido en el único sustento económico de familias enteras o porque cuidan de los pequeños en las horas que nadie puede hacerlo y a cambio de nada… ¡Como si en épocas mejores no fueran necesarios! Los abuelos han sido siempre el pilar de todas las generaciones, aunque tengamos todo el tiempo y el oro que no nos vayamos a gastar. Precisamente, en una situación boyante serían más necesarios para ponernos los pies en la tierra.

Cuando se unen dos generaciones con el salto de una, encontramos un cariño único que solamente lo deteriora el tiempo. Porque es la mano inocente la que se agarra a la sabia. Y porque para un niño del barrio, el fiel bastón de su abuelo tiene más autoridad que cien bastones de mando. El abuelo y el nieto, la nieta y la abuela han construido lo que tenemos y construirán lo que venga en el futuro. Nosotros nos encargamos de cargarnos parte de lo que se ha hecho en el pasado y ponérselo más difícil a los que van viniendo.

Los abuelos son los responsables de llevar el folclore a las nuevas generaciones, desde el sentimiento romántico hasta el futuro más idílico y lejano. Desde Joaquín y Ana hasta hoy. Desde el puente de barcas hasta el de Triana y desde la última planta de la torre Pelli hasta la primera mula del corralón.

En la puerta de un colegio, los abuelos hacen más milagros que cien talismanes. Volver con la frente marchita, como cantó Gardel, o como las golondrinas, como dijo el poeta de los poetas. Volver al primer capricho que siempre te lo dio un abuelo. Aunque sin caprichos, basta volver con una sonrisa y un beso para concebir su propia alegría. Siendo para el abuelo un ejercicio psicológico propio, y para el chiquillo un ejercicio de aprendizaje socio-afectivo.

Entre las piedras más viejas y las callejuelas más laberínticas del más viejo barrio se esconden secretos que solamente los abuelos conocen y que sólo los niños entienden. Por eso son las dos generaciones más importantes, la que fuimos y la que seremos. También son las generaciones más substanciales porque no se han olvidado de soñar y porque son felices con lo escueto de la vida. Aunque, a veces, los adultos nos empeñamos en matar esa sencillez y esa creatividad a favor de lo material. Porque somos así de simples. Porque creemos que con una comunión millonaria y un viaje a Disney compensamos todo el tiempo que hemos perdido, ¡un excremento mal sonante! ¡Deja de hacer cuentas para el próximo coche y léele un cuento! Mira cómo sus abuelos lo llevan al parque, parque que no es empresarial. Pero en él se lleva a cabo la mayor de las empresas. La plata por sí sola no vale nada.

La historia no se hace ni se escribe sola. Basta con que una generación crezca aprendiendo lo que es verdaderamente nuestro y lo que nos diferencia del resto, para que la sociedad sea por fin tolerante en un mundo que avanza a la velocidad de la luz. Y en el que te tienes que enganchar o quedarte a oscuras. Precisamente no es que no sea incompatible avanzar con tener conciencia histórica, es que es necesario para no cometer errores pasados y no dejar que nos manipulen ni sentimental ni culturalmente.

Por eso los abuelos son tan necesarios y no por la puñetera pensión ni por la jodida herencia. Herencia andaluza por cierto, con su impuesto sobre sucesiones y donaciones. No me refiero a heritage, que se puede traducir como herencia o como patrimonio, por eso nos llevan los ingleses años de ventaja en identidad cultural. Y mira que aquí tenemos “pescao frito” para parar más de un Rail Europe.

Por todo eso, quiero felicitar a mi abuelo en el día de hoy. Porque lo he vuelto a ver y no quiero dejar pasar la oportunidad.

Lo he visto esta mañana temprano con su gorra, su cachava, su billete de ida y vuelta, su cartón para abanicarse, su sombra en el banco del parque, su puro y su presidencia, su ripio, su cante y leyenda. Hoy he vuelto a dejar los muñecos sin recoger y él le ha puesto un apodo a cada uno. Hoy he vuelto a su casa y tenía echada solo la cadenita.

¡Felicidades abuelo! Debiste hacer las cosas muy bien, pues sigo tarareando tus coplas en el patio. Aunque sea otra casa y el patio de otro colegio. Enseñando a amarlas como tú me enseñaste a mí. Tarde o temprano el viaje se acaba, pero los recuerdos se conservan aunque pasen mil décadas más.

Enseñad el legado de nuestros mayores, puesto que está lleno de amor. Son nuestras raíces las que nos unen más a la tierra y a La Tierra. Si tenemos conciencia de ello conseguiremos plantar el bosque de la tolerancia. La conciencia de lo que somos por lo que fuimos. Si no conocemos nuestro árbol será muy complicado respetar al bosque vecino.

“No tener conciencia patrimonial no te hace moderno, te hace ignorante”.

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