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Carta de amor
Ahora que estamos en las februales y todo el mundo habla de lo falsa que son las personas en San Valentín… Yo voy a hablar de lo sinceras que son en Santa Juliana de Nicodemia, San Teodoro de Bizancio, etc. Que son las próximas onomásticas. A pesar de la falsedad de la que se me pueda acusar y, con algo de miedo, quiero escribir una carta de amor a una mujer que tiene pocos años menos que su río y muchos más que sus hijos. Una declaración de amor como las que le hace la luna cuando le regala toda su plata en las noches de verano. Pero yo no tengo plata ni ningún metal precioso… Algo se me tiene que ocurrir… Si no, tal vez, nunca le diga todo lo que la quiero. Aunque la amo todas las noches, hay algunas mañanas que la odio. Por eso no sé si escribirle una carta de amor y entregársela con vino y rosas o componerle su réquiem y seguir escribiendo en estos días que huelen a despedidas. Merodean naves desahuciadas a otras islas, entre unos susurros que dicen “mucho has durado” y otros que dicen “quédate”… Día vencido, amor perdido.
Ni mucho menos sería yo el primero en caer. Su puente en las noches frías de febrero nos da su corazón, gélido y de hierro, pero nos da su corazón antes de la primera luna de la primavera que nos recuerda el dolor del Señor transformado en el dolor de sus hijos. El dolor de un barrio que ve como sus hijos hacen las maletas cargándolas de esperanza. Esto ya no es una declaración… Huele a Altozano en un Domingo de Ramos y flamenco en Pagés del Corro, pero también huele a hospital… Tiene que haber algo más allá del incienso, el romero y los carruajes o quizás no. El romanticismo de la estrechez de las calles, de vez en cuando, se convierte en la paranoia insana del poeta. Las pisadas de los cascos de los caballos se convierten en tambores de guerra. La pasión de convierte en obsesión tantas veces que ya no escribo cartas de amor ni desde la celda. Si no adorara tanto ver en su inmenso espejo todo lo que fui, me despediría sin más. Si no fuera una patria entre dos ríos que se unen a su antojo, cogería el primer barco de salida. Y si me voy, sé que volveré aunque sea con el bigote encanecido.
En Triana la Gracia se escribe con mayúsculas y la Fe lleva María delante. Todavía se puede escuchar las charlas de algunos toreros en el Carbonero o escuchar un tango de Naranjito mientras la guitarra de Paco Cepero habla. Si me apuras, hasta se puede escuchar al Gordito entonando fandangos cerquita de alguna cuadra. Pero, si no me apuras, Triana también son las colas en la oficina de la calle Febo y en el comedor de las Hijas de la Caridad, en la cava de los civiles. También es el fracaso escolar y las escuelas como fracaso. Las camisetas de fútbol despintadas y tendidas en los cordeles de la barriada del Carmen o los últimos corrales de vecinos apuntalados. También es un rascacielos donde antes hubo un barrio de obreros de Huelva. También es Alberto Lista descifrando poemas o Andrés Lozano en el hospital Western de Toronto. En definitiva, Triana también es todo aquello que no sale retratado en las revistas de turismo ni en las teles más progres.
Algún día hay que cambiar de barrio, así que también es frecuente cambiar de amor y de vida. Pero, aunque esos momentos huelan a despedidas, son normalidades de los hombres y los corazones. Aquí no hay brujas ni castillos. Pocos amores duran una eternidad y, en ocasiones, aunque corras el riesgo de errar, cambiar de amor más allá de las letras, se convierte en una necesidad esperanzadora. Ha pasado el día de los enamorados y he hablado de amor y desamor. Son cambios naturales, sobre todo si tu barrio está estancado en lo mismo de siempre y tú vas más allá de las naranjas. A veces, hay lugares que se han quedado en el siglo XX y algunos de sus hijos han avanzado hasta el XIX, que es lo más parecido a lo que debería ser el XXI. Son despedidas cargadas de valentía, despedidas amargas pero sinceras. Al fin y al cabo no hay nada malo en cambiar de amor. Lo que no se puede cambiar es de pasión, no hay marcha atrás cuando la pasión se inyecta en las venas y se mezcla con la sangre. Aunque por poder… Se puede cambiar de amor, de trabajo, de vivienda, incluso de vida…
Si te la encuentras por ahí
Tú que recorres el mundo entero
Si te la encuentras por ahí…
Dile que la estoy olvidando
Pero por Dios no le digas
Que te lo he dicho llorando.
Alejandro Arcas Orozco